Concomitantemente los gobernantes aplican políticas neoliberales que enriquecen groseramente a los grupos de poder; la globalización procrea legiones de inconformes y desempleados que ven en la emigración o en la delincuencia la única alternativa de subsistencia. La indiferencia ante la protesta mundial contra la perversa y devastadora universalización de la economía, nos evoca aquel doliente canto de Atahualpa Yupanqui: "las penas y las vaquitas se van por la misma senda, las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas". Los gobiernos de los países excluidos —como ha sucedido a lo largo de toda la historia— recurren al derecho penal para acallar las protestas de los pueblos por obtener un nivel mínimo de vida. Y en conjunto, desarrollados y sub-desarrollados, siguen apostando a la represión como único antídoto contra la delincuencia; se mantienen aferrados a las fórmulas trasnochadas de la vieja criminología, que cargan exclusivamente en la cuenta del individuo la responsabilidad en la causación del crimen.