La historia la escriben los vencedores, posición que los habilita para, literalmente, inventarla, borrar rastros, suprimir recuerdos, entregarnos una epopeya en lugar de una suma de situaciones más o menos abyectas y vergonzosas. Arturo Abella, desde los años 60 del siglo pasado, decidió conjurar tales vicios y mostrarnos por el revés ciertos momentos de nuestra historia. Y entre ver lo feo y real y ver lo hermoso y ficticio, y entre llamar ladrón al ratero y tenerlo por modelo, el que pretenda conocer su propia verdad no vacilará en decidir y agradecerle.